La verdad es que prefiero no pensar. Porque si uno empieza a pensar, si a uno le da por tener en cuenta todo lo que la realidad nos va escupiendo a la cara, sacaría un viejo revolver y se liaría a tiros, no sé si con la gente de alrededor o con uno mismo. Cada vez lo tengo menos claro.
Pero no deja de ser más cierto, obviamente para mí mismo, y solamente para mi persona, que estamos rodeados de demasiada gente, cada uno con sus problemas, sus puntos de vista, sus objetivos, sus anhelos, sus monstruos.
Y la nave va. La vida sigue, como esa excavadora que se abre paso por encima de cualquier sentimiento, de cualquier realidad. El mundo es una integral enorme e ilimitada, un sumatorio entre infinitos que nos desdibuja a todos y nos quedamos en el suelo, sin saber qué ha pasado, enfadados con el mundo.
De nada sirven las explicaciones, las teorías; de nada los egos y las esperanzas, salvo para convencernos a nosotros mismos de que tenemos razón, aunque nunca la tengamos. De nada sirve hacer lo correcto cuando los malos te esperan en la meta. De nada sirve equivocarse o caerse por un abismo: nadie sale a rescatarte. Así que mejor reparar tu paracaídas, revisar tu pacotilla y encomendarse al tenebroso albur: muchos han pasado por eso, no somos mejores, ni especiales. Pero tampoco peores.
Mejor no pensar. Apagar las luces que iluminan nuestro espejo, dejarse arrastrar por la corriente, no luchar contra esa vida que nos apalea. Ser insensibles al dolor, a la pena, a la desesperación, a la derrota. Encontrar consuelo en la mediocridad más absoluta, no recordar a nada ni a nadie.
Mejor ser nadie que ser un don nadie, mejor ser nada que ser este yo desvaído, derrotado como don Quijote.