He vivido demasiado. Demasiado que olvidar, aunque he olvidado tanto que me he hecho insensible al dolor. He visto demasiadas cosas que no caben ni en películas de Berlanga ni en una parada de monstruos. Quizá por eso no soy muy normal, quizá por eso nunca llegue a ser feliz. Porque el pasado me tiene agarrado como el Balrog. Me tira del puente y luego me rindo un poco y me resigno a aquello de «no queda sino batirse» y otra herida, otro botonazo, otro muerto a la conciencia.
Pero hoy no atacan por ahí los indios, aunque son muchas las tribus y las elásticas columnas de humo que se elevan alrededor de mi campamento. Hoy la cosa va de basura.
Hemos quedado que soy un tipo raro, por demasiados motivos. Así que me fijo mucho en la basura. Que levante la mano quien no haya hurgado en contenedores o en basureros o escombreras. Así que he visto la miseria desde abajo. Creo que por eso (y muchas otras cosas más), a veces este mundo me cansa.
No crean que frecuentaba esos lugares por necesidad. Era más bien un tipo de creatividad y economía, a la vez que una necesidad de objetos y materiales muy concretos para un fin determinado. Cosas de magos en las que es mejor no entrometerse.
Ahora, temporalmente, por accidente, vivo en un barrio rico. Casualidades del destino. Ya no hurgo en los contenedores, soy un señor respetable. Pero no dejo de fijarme en la basura de los barrios ricos, lo que se tira aquí. Y me llama mucho la atención.
Las diferencias son enormes: ya os aviso que de poco sirve hurgar en la basura de barrios pobres, de los que nada tienen salvo miseria. Porque así se ve la miseria.
Pero en este barrio acomodado, la basura tiene nivel. La cantidad de cachivaches de la que se despojan, incluso algunos objetos sin estrenar o simplemente envejecidos, harían la delicia de cualquier chatarrero, reciclador o amante de la restauración. O incluso coleccionista.
Me da mucha rabia esa basura de los barrios ricos, insostenible, egoísta. No sé si los barrios pobres, si no lo fuesen, cambiarían su basura; no sé si el ser humano es egoísta por naturaleza y estamos destinados a extinguirnos como obsoletos dinosaurios o torpes pájaros bobos. Pero les aseguro que la basura de los barrios ricos es un tremendo tesoro, a la vez que una vergüenza de la terrible desigualdad, del egoísmo y del sinsentido de esta sociedad, que ha dejado de ser humana, que tan sólo está al servicio de egoístas más poderosos que nosotros.