(Siempre dije que Los Secretos reflejaban, únicamente con sus canciones, la banda sonora de mi vida)
Soy como dos.
Uno, el que quiero ser, quizá el que soy de verdad: alegre, amable, creativo, ilusionado, soñador. Soñador. Soñador. Cobarde para ser así pero, cuando salgo, cuando sale ese yo espontáneo, alocado, tierno, creo que podría pasar por alguien especial, por alguien único. Un puto unicornio
A ese yo, a mí, me gustaría ser así todos los días y momentos.
Aunque ocurre que ese alguien «especial», ese yo verdadero, no puede estar nunca afuera. O al menos, eso ha aprendido. Porque hay gente que no lo entiende, no lo merece, no lo comprende, y le hace mucho daño. Despierta en ciertas personas incomprensión, odio, burlas, desprecio. Y, os lo digo de corazón, eso genera un daño terrible. Un dolor infinito que no cesa. No cesa nunca, os lo juro. No pudo quitarme ese dolor un solo día de mi vida.
Así que construí otro yo. Desde pequeño, incluso por educación familiar, por la vida que llevé en mi infancia, por mi niñez gruyere donde había agujeros en lugar de abrazos.
Hay un yo que levanta muros impenetrables para el corazón, para huir de ese dolor, para salvaguardar lo que soy de verdad. Con esos muros, ya nada importa. Y sirven las 4 reglas de toda la vida para desenvolverse, lo que ha hecho el ser humano desde que creó la sociedad. Es fácil encajar si haces lo que se ha hecho siempre, pero mejor que los demás.
Sale el yo práctico, el decidido. Expeditivo, duro, sin sentimientos. Cruel incluso. El solucionador, el conseguidor de imposibles. Una cabeza prodigiosa.
No conocéis mi cabeza por dentro. Quizá sólo una persona tiene un atisbo de lo que es, porque su cabeza es muy similar a la mía.
Mi cabeza. Mi puta cabeza. Cuando está bien, porque hace tiempo que no está, cuando está a pleno rendimiento, os juro que es como Matrix. Lleva 5 líneas de pensamiento en paralelo. La cantidad de información que alberga da miedo. Los números se mueven en mi cabeza y van a sus sitios, los conceptos se convierten en imágenes y veo paisajes teóricos y me muevo entre ellos. Relaciona lo más extraño para encontrar lo que está fuera de lo común, la creatividad explota y la cabeza es una cascada que ni las manos ni la boca pueden procesar. Demasiado rico.
Gestionar la vida es fácil. Aburrido incluso, porque el mundo humano se reduce a 4 reglas básicas. Podría llevar el mundo sobre mis hombros, a veces me siento como Atlas, enfrente de las Hespérides. Lo que llevo fatal son las personas. Tengo dificultades en comprenderlas.
Se me puede reconocer los momentos de estrés intenso: la cabeza no funciona bien, disparo de oído a todo lo que se mueve (el francotirador ciego, una de las mayores paradojas), con el crédito del pasado. No recuerdo nada. Sólo actúo, actúo, actúo. Tomo decisiones y me lanzo. Mi tasa de errores sube mucho.
Pero volvamos a mi cabeza. Un Ferrari yendo por carreteras comarcales. Roy Hobbs jugando en segunda. Y el yo creativo, que de vez en cuando se escapa y le pregunta a la cabeza qué coño estamos haciendo, por qué estamos tirando todo por la borda. Y a mi cabeza se le va la pinza, y empieza a poner en marcha la hormigonera que todo lo mueve, desvío energía a volverme loco por dentro, me duele el estómago, me descalibro y abandono el mundo exterior para centrarme en la lucha interior. Mientras en el mundo exterior desato el caos, la destrucción, el Maelstrom. Funciono fatal, a impulsos, con las tripas, mientras por dentro estoy ardiendo de dolor, estoy muriendo. Y el problema es que mi yo duro está en el mundo demasiado tiempo. O el yo real, soñador, tierno, sale poco. Y cuando sale, se lo comen a hostias y sale el tipo duro a defenderlo. Y a éste, serán los golpes de la vida, se le está yendo la pinza últimamente.
Estoy de vacaciones. No salgo de casa. Sólo veo series y películas clásicas. Me he centrado en Capra, y pensé en ser Gary Cooper en «El secreto de vivir», que es este enfrentamiento entre dos mundos. Pero él, el héroe, nunca abandona su mundo de sueños. O ser Bogart en «El sueño eterno»: sin perder la compostura ni el cinismo ni las formas ni cierta dosis de ternura.
Pero acabo siendo el loco de John Wayne en «Centauros del desierto». Obsesionado, resignado, impasible, inmisericorde. Con una misión como único motor en la vida en la vida,haciendo lo que debe hacer, lo que nadie puede, inalcanzable por el desaliento. Y si te alcanza, sigues, herido, roto, muerto. «El que persigue» como maldición. El que, cumplida la misión, sale por la puerta y camina hacia la nada, dejando el mundo que ha creado a sus espaldas.