Llámalo equis

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De tanto que lo intenté, Quique González

A veces no sé qué clase de suerte he tenido en la vida, si es buena o mala. Hay una frase, creo que de Oscar Wilde Sigmund Freud, que dice: «He tenido mucha suerte en la vida; nada me ha sido fácil». No sé si he tenido una vida fácil, no sé si he llegado donde estoy por merecimientos, suerte o esfuerzo. Pero os juro que lo intento.

Todas las mañanas me convenzo, para levantarme de la cama, que hay que salir a batirse el cobre. Todos los días trato de pensar que las derrotas se pueden recomponer (no las olvido, nunca las olvido). Cada decisión también lleva implícito que me puedo estar equivocando, cada situación no deseada implica que debo pensar en qué pude hacer mejor para que eso no pasara.

Estoy totalmente desenfocado, forzando las máquinas con todos los diales en rojo. Rehaciendo todo por las noches, al menos las que puedo dormir.

Sólo busco paz, cambiar mi vida, dejar esta incertidumbre, esta guerra infinita que me lacera el corazón hasta dejarlo irreconocible. Sólo quiero acostarme a tu lado, que nada duela, que no haya palabras ni reproches ni temores. Sólo ese abrazo que lo cura todo, la certeza de que mañana estarás a mi lado y construiremos un refugio donde curarnos las penas. Yo tampoco necesito nada más. No necesito nada.

He luchado como casi nadie, he sufrido como casi nadie, guardo secretos inconfesables, armas que borrarían la felicidad de la faz de la tierra, he ganado todo y he perdido más aún. Soy alguien que no quiere ser nadie, pero que puede ser lo que quiera; que lo ha sido, que ha vencido batallas imposibles y derrotado a monstruos míticos. Soy un mulo que puede cambiar la historia, y aquí me tenéis, humillado, derrotado, tratando de esconderme, de buscar paz, de no tener que volver a salir al campo de batalla para no condenar al mundo.

Sólo quiero paz, y dormir contigo. Nada, absolutamente nada más. Pero tampoco menos.