Cuando la conocí
supe
que iba a borrar de un plumazo
mis penas y mi pasado,
que iba a besar mis cicatrices
e iba,
cómo no,
a hacer alguna nueva.
Cuando la abracé
Madrid bailaba sobre nuestras cabezas
y supe
que sujetaba entre mis brazos
a una edición especial,
de tirada única.
Cuando la besé,
sólo porque ella lo hizo primero,
supe que nunca me iría de su lado,
que mis días tendrían 23 horas
y la lluvia limpiaría mis lágrimas.
Cuando dormí a su lado,
las penas saltaron por el balcón
y su latido despertó mi corazón,
mis besos cerraron su boca
y sus penas
y su herida luminosa.
Sólo me queda vivir a su lado,
atar nuestros corazones
y lanzar nuestros miedos en dos botellas
para que el mar las lleve
hasta donde el olvido
pierda su memoria
y por fin
seamos
lo que siempre supimos
que íbamos a ser.