A veces la vida te arrastra. Una mezcla de pasado, decisiones erróneas y titubeos a la hora de saltar del tren. Ahora estoy en un momento así.
Semana a trompicones (a trompadas en mi pueblo), viaje a Madrid y vuelta a XXXXXX para salir de trabajo a Copenhague. Sabiendo, además, que cada día fuera es una piedra más en la mochila del trabajo, que se desborda por momentos, y lejos, siempre lejos, de la persona que debía estar a tu lado.
Esto es una encrucijada continua, una elección asesina cada día. Ser canónico o perseguir tus sueños, vivir con quien amas o malvivir mendigando felicidad. Por eso duele tanto pensar. Por eso un erizo borracho recorre mis neuronas en todo momento, por eso te echo tanto de menos. Debí rendirme en tus brazos cuando tuve la ocasión, pero te negué tres veces. ¡Maldita Historia, maldito Brays!
Quiero ser feliz. Quiero rendirme a tu lado, sea donde sea, estés donde estés. Quiero saborear la paz del idiota, que ya nada espera salvo verte todas las mañanas. Quiero eso.
Quiero levantarme por las mañanas, verte y ser feliz. Quiero tener ganas, motivos, razones de llegar a casa. Quiero que me saques a pasear cuando me incruste en el sofá, que me saques a bailar cuando esté triste; quiero ver cómo cuelgo la sonrisa en tu cara, ilumino tu vida, quiero ver cómo te salvo, tras salvarme tú a mí de mí mismo.
No quiero más. Quiero ser feliz. Contigo. El resto ya lo pondrá la vida: sal, vinagre, azúcar, vino, cerveza o rosas.