Todas las personas tenemos dos caras, una cara oculta de la luna que no queremos que vea nadie.
Hay personas a las que esto les importa poco. Son afortunados: su vida se convierte en algo simple, atávico, biológico, y es fácil sobrellevar esto. Naces, creces, te reproduces y mueres. Somos un simple transmisor de genes. De hecho, la biología nos hizo para eso, para perpetuar nuestra especia. De alguna manera, algunos ya hemos cumplido: no nos queda una función útil biológica; en realidad, estamos consumiendo recursos innecesariamente, desde el punto de vista biológico o energético.
Pero la evolución nos obligó a dar pasos en una dirección sorprendente: la inteligencia. No la resistencia o la adaptación biológica. La adaptación lógica: un ordenador capaz de adaptarse más rápido que las células. Y conquistamos el biosistema. Demasiado conquistado. El mundo no es un lugar que conquistar, ahora mismo es un lugar que cuidar.
Pero la inteligencia ha traído emociones, que son buenas evolutivamente: la sociedad nos hace más fuertes como especie. No nos engañemos: todo lo que somos, lo somos porque funciona y perpetúa nuestros genes. Si algo no los perpetúa, desaparece y se extingue. Y las emociones y los sentimientos nos han dado el arte, la literatura, la ciencia.
La curiosidad, el gran regalo que nos hace diferentes. La curiosidad ha matado muchos gatos, pero nos ha hecho tigres. Y además, ha creado un mundo dentro de cada uno de nosotros. Un mundo tan rico o tan sencillo como queramos, pero un mundo en el que estamos solos.
A veces queremos gritar. A veces estamos gritando por dentro continuamente, y nadie lo oye. A veces nuestro interior está anegado de lágrimas, como la sentina de un navío que cruza el océano hasta el nuevo mundo. A veces luchamos con los monstruos que pueblan ese mundo interior. A veces nos refugiamos en sus jardines, sus palacios, sus anaqueles de recuerdos y personas guardados en lo más íntimo.
La soledad del yo. La imposibilidad de hacer lo que quieres en todo momento, dar rienda suelta a tus instintos: no es la religión o la ética o la moral, es la biología. La religión tiene que ver más con el poder y la ambición que con la supervivencia.
Desde estas letras gritamos al mundo. El ser humano lo lleva haciendo desde que nación: la escritura nos permitió articularlo. Los poderes religiosos o políticos contuvieron la palabra escrita hasta que, ahora, la palabra y la mente se ha abierto paso a través de la información y todos volcamos nuestros gritos, nuestras locuras, nuestros sentimientos, nuestra belleza y nuestra ciencia.
Puedo decir que te echo de menos, que quiero escaparme contigo a Nunca Jamás, que odio este planeta loco y que me iría a Marte en un viaje de ida vuelta con libros, café y una manta grande. Puedo decirte que grito todos los días y noches que me despierto sin ti, que me quedo en esta vida aséptica y gris sin saltar a tu Oz en Technicolor, sin bailar entre tus brazos.
Puedo decirte que grito y grito y nadie lo oye.