Hoy estoy locuaz. A este blog le ha dado un fogonazo y se le han fundido los plomos. Llevo tres entradas en la cabeza en estos momentos, pero sólo va a salir una. A ver cuál es.
Este diario (de mierda) ha tenido muchas misiones. Todas ellas dependían de mi momento vital: ha sido refugio, púlpito desde donde maldecir al mundo, faro para guiar barcos, isla lanzando botellas para encontrar una mujer de belleza y lealtad incomparables, blog dedicado a una mujer de belleza y lealtad incomparables…
He tenido temporadas en las que no me sentía motivado para escribir. A veces la vida te pasa por encima, siempre sin pedir permiso, y te deja en el suelo sentado, sin saber de dónde ha salido ese autobús que ha dado dos volantines y tres volteretas. A veces es que no te salen las palabras, o que te están cayendo tantas y tan gordas que tienes bastante con sobrevivir, y no tienes el chichi para farolillos, mucho menos para escribir.
Estoy cansado por dentro. No me gusta admitirlo. No por varios motivos. Uno, porque el día que te cansas es el día que pierdes (esta cita creo que es de la película «Las aventuras de Jeremiah Jhonson»), y a mí no me gusta perder un duro. Pese a estar muy muy cansado. La otra es de Emilio Duró, que dice que se cansa aquél que no hace las cosas con pasión, las cosas que le gustan.
Así que tengo mi método para todo, tengo mis planes A, B, C y D, y unos cuantos más por si esto falla. Tengo la desgracia de que mi padre sólo me enseñó a trabajar, a nunca aceptar la derrota y a no rendirse nunca, incluso cuando todo estaba perdido. Así que nunca me rindo.. Nunca me canso porque, cuando me canso, cuando el corazón desfallece (cita de «El Señor de los Anillos»), me vuelvo a levantar a fuerza de oficio y vuelvo a empuñar la espada. Creo que he llegado donde he llegado por cabezón, no por válido.
Ahora es uno de esos momentos en los que analizo la situación, mido mis fuerzas, ignoro el dolor, me sacudo el polvo y vuelvo a levantarme. Voy a poder hacerlo.
Me he visto en muchas y muy gordas. He sido pobre de solemnidad, he visto la muerte, la desgracia, el trabajo sin recompensa, las derrotas, las burlas, el desprecio de quienes creías que eran tus amigos o te amaban, las heridas físicas, las heridas emocionales, las palizas, el corazón desgajado hasta ser una masa sanguinolenta, la tristeza infiltrada por todos los poros de mi ser… Tanto que creo que no aprendí a ser feliz por ello, porque según Murphy, las cosas sólo van bien para poder ir luego peor. Así que no me suelo alegrar por los éxitos. Porque es mi obligación hacerlo bien y porque no quiero alegrarme porque seguro que va peor.
Nunca me he rendido. Ni nunca lo ha hecho mi familia, o eso creo creer. Por eso he llegado hasta aquí, partiendo desde la nada he alcanzado las más altas cotas de la misera. He llegado por los caminos raros que nadie suele recorrer, y siempre suelo llegar.
Hoy no me rindo. Sigo en pie, por muchos motivos. Sigo luchando por lo que creo, por quien creo. Sigo caminando cada día hacia lo que creo. Me hieren los palos, las piedras, las zarzas, las palabras, pero sé que al final del camino podré sentarme a tu lado, mirarte a los ojos y decirte: «He llegado, y vamos a contar nuestra historia, la tuya, la mía y la nuestra».