Quise escribir un cuento

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En este mundo raro, Los Secretos

Hoy quería escribir(te) un cuento. Por muchos motivos: por una imagen, por unas palabras, por unas historias que traen un rayo de luz en estas tinieblas.

Así que he salido a correr, y se me han ocurrido un par. Uno muy bueno, pero demasiado duro, otros demasiado infantiles, y algunos que tenían comienzo pero no sabía cómo acabarían. Y no tenía el chichi para farolillos, así que me vengo aquí a contaros esto.

Porque este blog esta bitácora nació para ser un diario. Por tanto, relato lo que me pasa. Cómo me siento cada día: te escribo un poema si te echo de menos, un cuento si estoy alegre, y lo negro que veo todo si estoy triste. Pero no cuento historias.

Tengo muchas historias que contar. He comido pan de muchos hornos. He visto lo más sublime y lo más abyecto. He conocido grandes triunfos y grandes derrotas. Reconocimiento público y vergüenza pública. Alegría y dolor. Como tú, que me lees, que también has conocido lo mismo, me apuesto lo que quieras. Simplemente yo no conozco las tuyas, y mis historias harían que te partieras de risa, que te hincharas a llorar. Que me llamaras genio y tonto a partes iguales.

Estoy intentando cambiar. Tengo claro que tengo serios defectos estructurales, y que a la gente no le interesan las historias tristes. Para eso está la vida todos los días. La gente quiere no pensar. Yo también quiero no pensar. Tampoco quiero pensar.

La vida ya es suficientemente jodida como para venir apagando el fuego con gasolina, la miseria con melancolía. Así que no escribo cuentos tristes ni duros. Ni de coña. Así que no cuento mis días grises, porque vamos servidos todos de ellos. Mejor construir paraguas y dejarlos en la puerta, para que los cojan quienes quieran guarecerse de la lluvia o tapar el implacable sol.

Porque hay muchos yoes dentro de cada uno. Cada uno de un padre y de una madre, hijos de mil historias. ¿Cuál es el yo real? Creo que todos somos mil personas, no hay un yo definido. Así que mejor sacar al payaso de nariz roja y carcajada pintada, al domador de leones, al mago con chistera y conejo. Corrramos bajo la lluvia a buscar a mi chica, sin pensar en que no estará, o que llegará tarde, o que no estará pensando en mí sino en otro. Seamos felices mientras el mundo se sostenga en el andamio de la vida.

Algún día escribiré mi libro. Nuestro libro, nuestra historia. Tengo muchas historias, pero sólo una es nuestra, sólo una llega al corazón como cargas de profundidad, que estallan en mitad de la noche y me hacen levantarme buscándote a mi lado, gritar tu nombres.

Escribiré ese libro para que lo leas, contaré esa historia que está por vivir; ese libro será nuestro manual para vivir el resto de nuestros días. Mirando al mar, mirando la puesta de sol. Escribiendo.

He escrito entradas raras, pero esta se lleva la palma. No es más que una serie de fogonazos neuronales, como migas de pan que deja mi cerebro para decirme que todo está bien. Mi cerebro sabe mentir mucho mejor que yo.

Besos y abrazos. Me voy a mi pecera un rato. Tengo una conversación, entre burbuja y burbuja, con el buzo del fondo.

Mañana buscaremos un buen cuento, de esos que empiezan por el final, comiendo perdices y viviendo felices, y van hacia atrás, como el cangrejo de la Sirenita, hasta decirnos «Érase una vez: fin». El mundo al revés, caminando hacia atrás hasta besarme contigo por primera vez, otra vez, todos los días. Y vuelta a empezar. Vuelta a besarte y a sorprenderme de verte tan, tan guapa.