Estoy cocinando, estoy viendo la televisión, estoy solo con una cerveza, sólo con una cerveza.
Estuve una vez en Londres, y no fue precisamente con el amor de mi vida; sólo recuerdo prisas, sólo, calles sin corazón y una sensación de tener que ver demasiadas cosas por obligación, sin disfrutar de lo que estábamos haciendo.
Acaba de salir una imagen de Londres en la serie que estaba viendo. Un poco gris, un poco lluviosa. Un poco como nosotros. También me han venido a la cabeza las imágenes de Londres de las películas sensibleras: Noting Hill, el diario de Bridget Jones….
Y, cómo no, me he acordado de ti, de nosotros. Siempre me da por imaginarnos, por imaginar. Tú y yo en Londres, entre la niebla y la humedad, en un trabajo de mierda, deseando llegar a casa porque en casa estás tú, y solo tú. Porque todo cobra sentido cuando tú estás en casa: ya sea Londres, Madrid, Venecia o Johannesburgo. Cualquier ciudad, cualquier lugar es casa si estás tú. Y entonces, el mundo cobra sentido, todos mis actos cobran sentido porque sé que, al final del día, volveré a casa y estarás tú.
Y entonces no importará el trabajo, los problemas, la distancia o las ciudades. Tú estás al final de todo el camino; en el supermercado juntos se convierte en lo mejor del fin de semana y el cielo gris y tu sonrisa iluminando cada estancia en la que tú entras. Al final la vida se reduce a poco: ser feliz con lo que haces y con la persona que tienes a tu lado. Y hasta eso, que no es nada, se convierte en una tarea de titanes, en una misión imposible, en un trabajo hercúleo.
En pleno cambio climático, odio el sol. Solo quiero la lluvia gris, la bruma en el cielo y en tus ojos, el verde en tus campos y en tu vestido, el calor de un abrazo y la chimenea, mientras afuera la lluvia, la nieve sigue azotando nuestras vidas. Sólo faltas tú en este cuadro, y que entre los dos elijamos el escenario donde perdernos.