Si te dijera dónde han ido a parar las líneas del frente, te echarías a llorar como lo estoy haciendo ahora. Porque he cavado trincheras en el corazón, ahora otra vez surcado de cicatrices, y los lobos y los trasgos están ya a las puertas, y no queda nadie dentro para defendernos.
Paseo por las tardes conversando contigo, aun incluso ahora que no estás, y sigo practicando mis ejercicios, simulacros y protocolos, como una triste manera de darme confianza, sencillamente haciendo lo poco que puedo hacer. Me aterra la certeza de que, cuando ataquen, nada servirá y moriremos. Ojalá fuera a los pies de tus murallas, pero no tendremos la suerte de caer en Troya.
Intento que todo siga en perfecto orden de revista: la habitación donde peinabas tus cabellos, el jardín donde pintabas, la biblioteca donde leías, la galería donde llorabas mirando a naciente. Y hago acopio de vituallas, municiones y esperanza, para pasar este invierno infernal, este infierno invernal que se ha desatado justo a las puertas de la primavera. Te echo de menos.
Tengo miles de preguntas mezcladas con sus respuestas, pero ya no sé ni siquiera dónde va cada una; me asemejo entonces a un charlatán borracho que mezcla idas con venidas, penas con risas, que llora triste sin saber por qué.
Por aquí sigue todo bien, pero sabes que te miento. Desde que no estás esto no significa nada, no duermo por las noches y lloro por el día mientras recorro este castillo pobre, desvencijado, desvalido, desdentado. Me pregunto por qué estoy en esta guerra que nunca elegí. Supongo que es porque soy un cobarde, un cobarde incapaz de rendirme y escapar contigo a un tiempo y un lugar donde nada duela, nunca más.