Hace seis meses desembarqué en las playas de tu vida, como si de descubrir un extraño continente se tratara, para encontrar las fuentes de tu risa, el bosque de tus besos, la cumbre de tu alma. Allí desembarcó mi corazón, a pecho abierto, para recorrer esas sendas que el tiempo había borrado, y descubrir si había alguna princesa escondida en las ruinas del palacio. Fue el camino largo, a veces placentero, a veces tenebroso; y descubrimos y cartografiamos todo un país de alegrías, tristezas, penas y sueños que el tiempo había marchitado, que el mar había arrastrado a esa orilla en que desembarcamos. También nos atacaron con lanzas y flechas y piedras terribles monstruos que gritaban al olvido y al malentendido, que se burlaban de ese pobre corazón aventurero, que solo buscaba un lugar donde decir te quiero; y ahora estoy en ese pantano del que cuelgan lóbregas lianas, brillantes ojos en la oscuridad, y un olor a miedo que adormece los sentidos. Sin brújula, cantimplora y machete, sigo caminando con la esperanza de que un día nos demos la mano y veamos amanecer desde lo más alto de tu isla. Entonces pondremos nombre a las selvas, a las montañas, a los ríos y a los mares que encontramos, mientras descubríamos cómo son los países imaginarios en los que vivimos cuando no estamos juntos.