(esta entrada debe leerse en conjunto con «Del amor 2023» y «De la vida 2023»)
Mi vida es un rosario de errores. Errores que me duelen tanto, que no puedo recordarlos.
Es inevitable cometer errores. La vida es así. No he encontrado el antídoto para los errores ni para el dolor. Me limito a tratar de olvidarlos como lenitivo del dolor, pero todas las noches salen a aullar y a ulular a mi alrededor; todas las noches me machacan y me destrozan en silencio y soledad. Cuando mi mente pierde el control, las pesadillas se adueñan de mi vida. Literal.
Es inevitable cometer errores. Dicen que sólo se equivoca quien hace cosas, y quizá sea así. Pero hay errores que duelen más que otros. Y yo de errores sé un rato grande, tengo un puto máster de errores.
Hay errores que son daños colaterales: nunca puedes salvar a todo el mundo. En realidad no son errores: es el precio que hay que pagar por tomar decisiones que exigen una solución de compromiso, el coste de oportunidad. He aprendido a lidiar con estos errores: a veces se me cruzan en el trabajo o en la calle y siento espasmos de dolor físico, un pinchazo en el estómago, dos días de recuerdos envenenados. Aunque la cabeza racional los justifica: fue el mal menor, fue inevitable, la vida es así. Apréndelo o muere. Y creed que muero un poco.
Hay errores que son las malas decisiones, hacer lo correcto pero no lo que te pide el cuerpo. La puta cabeza despreciando al corazón. Decisiones que te llevan a donde no quieres estar, decisiones vicarias, impropias, de las que pagas el precio todos y cada uno de tus días. Todos los días la vida te abofetea por esos errores, se burla de ti y te recuerda que eres infeliz por ellos, por tus errores. Te jode todos y cada uno de tus días. La vida, la puta vida y el hacer lo correcto, que te lleva a lugares equivocados. Y tu corazón lo sabía, pero no hiciste nada. No sé lidiar con estos errores. Simplemente soporto su dolor, con la esperanza de que un día me vuelva gilipollas del todo, me rinda o encuentre esa posición a la que aspiro, en la que al final todo encaje, los errores se cancelen gracias a tu suerte o a tu risa,
Y luego hay errores porque tiene que haberlos. Aleatorios, estadísticos. Errores debidos a una posición desequilibrada, a un error de cálculo. Lo importante es aprender de ellos. Porque ése es el objetivo de los errores.
Pero últimamente todo se ha venido abajo. Los errores me explotan y arrasan mi alma como una bomba de Hiroshima, y me pongo nervioso y dejo de ser yo y me devano los sesos y trato de ser otra cosa que no soy yo, y cometo más errores y trato de resolverlos a la desesperada, y vuelvo a cometer más errores y disparo a todo lo que se mueve y me muero por dentro y mi mundo se derrumba y me vuelvo a levantar muerto del todo y sigo sacando los puños y me vuelvo a equivocar. Estoy muerto. He perdido el control. Debo aprender. Es lo importante.
He conseguido pararme a pensar. Con un esfuerzo terrible, un coste incalculable. Porque no me queda créditos para más errores, y hace días que no soy yo, sino quien creo que debo ser para los demás, y he abandonado demasiados frentes para centrarme en lo que desangra y me obsesiona, y he perdido el control. Debo volver a ser yo, debo volver a tener el control, a asegurar todo lo que había abandonado, a cuidar los detalles. Debo ser yo mismo, volver a retomar el control, parar y mirar a mi alrededor. Debo ser yo. Si no, voy a morir de pena y dolor, y caos, y habré dejado de ser yo. Estaba fuera de control por no pensar. Toda una tormenta perfecta que me ha hundido y me ha hecho dejar de ser yo.
Pero lo peor es cuando tus errores hieren a quien quieres. Cuando de manera inadvertida causas dolor. Entonces la vida se hace insoportable; el dolor propio, insufrible; los remordimientos, una verdadera tortura.
Ahora mismo mis errores me han roto por dentro: no queda nada. Una destrucción tan total que el mundo se ha detenido a recoger los restos del naufragio, a rehacer las defensas. A reconstruirlo todo para no acabar muriendo. Ahora soy un páramo desolado que ha perdido el norte, que ha sacado los planos para montar de nuevo el fuego de campamento. Todo se ha ido al garete, y ahora sólo queda empezar de cero.
Mis errores han acabado conmigo, tanto que necesito orden y concierto, pararme y pensar y volver a la casilla de salida. Debo aprender de mis errores, que han sido demasiados. Con mi vida, contigo, conmigo mismo. Los peores errores han sido conmigo mismo, y no me perdono por ello.