Encontré al amor de mi vida. Cuando ya lo había dado por perdido, cuando me había resignado a terminar mi vida entre las sombras y la rutina, cansado de lanzar botellas que no llegaban a ninguna playa, apareció ella, bella y radiante, herida y perfecta.
En ese momento, con la claridad deslumbrante que da el amor infinito, decidí arriesgarme. Tanto como ella. Decidí rendir mi fortaleza, bajar mis defensas y salir con ella al campo de batalla. Mi corazón, triste, polvoriento y cansado, malherido y derrotado tantas veces, izó sus banderas y salió a la vida, por última vez.
Sabía que era la última vez. Sabía que era ella o nadie. Sabía que esta vez era triunfar o morir definitivamente, la última vida de un gato.
Me derramé como un río. Salí con todo lo que quedaba en la mochila. Lancé todo lo que había en mi arsenal. Me vacié una y otra vez contra sus labios, contra su pecho, contra sus caderas. Con mis letras, con mis manos, con mi alma. Di todo lo que era, todo lo que fui, todo lo que soy. Todo lo que sabía y todo, todo lo que pude. No podía dar más amor. Me vacié en el intento de hacerla feliz, de ser lo que ella esperaba, de ser lo que ella necesitaba.
En realidad, yo nunca me importé.
Hubo magia. Hubo pasión, ternura, poesía, generosidad, entrega. ¡Cómo no iba a haberla con un ser de luz, de amor, con una persona excepcional! Era imposible no amarla.
Creé ritos, lugares, traté de construir un refugio en la espesura para salvarnos del mundo, traté de escuchar sus silencios, curar sus heridas, cumplir sus sueños.
No lo hice bien. No llegué a donde ella me esperaba. Y me desfondé y me desviví y agoté hasta la última fibra de mi corazón y de mi cerebro y de mi alma, pero no pude lograrlo. No pude aprender a tiempo, no conseguí alejar el miedo, el dolor. No estuve a la altura. Di todo lo que pude, pero no fue suficiente.
Ahora mi corazón ha muerto. Yace despanzurrado en la cuneta, totalmente vacío, despedazado. Yo lo velo, despierto durante la noche, contemplando las mortales heridas, tratando de desentrañar qué ha pasado, casi aún sin saberlo. Mi cabeza sigue en estado de shock: hemos caído. No queda nada. Toda la noche recorriendo las ruinas de mi alma, sin encontrar nada donde cobijarse, ningún rincón que reconforte, ninguna ración de emergencia para llegar a la aurora.
La destrucción ha sido total. No queda nada sino un dolor infinito que recorre mis desoladas estancias, una cabeza a la que ya no le sirve ni el manual para hundimientos generalizados, que no sabe por donde empezar a caminar, sentada en medio de las ruinas.
No queda nada. Todos están muertos. Afuera de la ventana está el mar, amanece a la orilla del mediterráneo en un hotel donde nada tiene significado. No quiero ver la aurora, no quiero ver un mar cuando me perdí en el océano infinito de tus ojos. Ya nada vale la pena.
Ni siquiera sé cómo seguir. Aún no sé qué ha pasado, qué hice mal, donde empecé a caer sin darme cuenta, dónde me derramé en yermo, dónde me equivoqué. No lo sé. Di, torpe y cansado, todo lo que supe y pude hasta consumirme, hasta desaparecer.
No pensé que iba a morir de amor. Sabía que era la última, pero creí que me iba a rendir a sus pies, a cobijarme en sus brazos y dormir para siempre. Asumí el riesgo sabiendo que era ella mi alma gemela, el amor de mi vida. Que es mi alma gemela, el amor de mi vida.
Mi corazón ha muerto hoy. Las heridas eran mortales de necesidad cuando se da todo el amor, sin límites, sin medida, sin descanso, una y otra vez contra cualquier problema. Cuando se da lo mejor de uno mismo. No conseguí aprender a tiempo los caminos que unían nuestros corazones y se fueron borrando.
Mi cabeza está recogiendo restos de mi vida y preparando un campamento para pasar este invierno que viene, este frío infinito, esta ausencia de esperanza, este dolor que no tiene límite y que nace en el pasado y se adentra en el futuro. Preparando un camino para recorrer sin corazón, sin ella, sin razones.
Todas hieren, pero sólo mata la última. Y esta vez he muerto.
Te quise, te quiero, te querré. Pero hoy estoy roto definitivamente, mi corazón muerto, mi dolor es una bomba que lo ha barrido y contaminado todo. Ya no queda nada de mí, ya no puedo darte nada porque no me queda nada.