Un día sin huella

en
Volver, Morgan

Hoy ha sido un día especial. Hoy es mi cumpleaños. Demasiados años. También un día aciago. Y Notting Hill ha terminado por romper la última fibra de mi corazón. Hoy he muerto definitivamente. Suerte que creo en los milagros de La Princesa Prometida.

Ha sido un día especial por todas las circunstancias que comenzaron a rodearlo, por el camino que comenzó hace tiempo y que ha terminado por destrozarme totalmente. Lo único que me redime es el deseo pedido al soplar las velas. Lo único que consigue salvarme.

Hay días en los que nada sale, en los que todo comienza a hundirse ante tus ojos y nada de lo que haces puede salvar nada. En los que rayos de dolor parten de ti y hieren a los que te rodean. Días que se encadenan en una espiral que se abisma en el infierno y tus alas arden y no dejas de batirlas inútilmente mientras caes.

Ahora mismo hay desesperación, dolor. Hay unas líneas desbordadas en todos los frentes mientras los partes urgentes se agolpan en el buzón. Hay una fortaleza que nunca había estado tan derruida, que nunca había albergado tanta pena, dolor y miedo. Hay un corazón que ha llegado a su límite y ha muerto. Hay una razón desbordada y pidiendo socorro en el vacío del espacio.

Hoy he contemplado mi vida, repleta de personas y bienes y lugares, y completamente vacía en estos momentos para mí. Totalmente sin sentido, con la certeza de que o la cambio o muero de pena; de que cierro este blog y me dedico a ser un fantasma. Hoy ha sido el último día de una serie de días catastróficos y desdichados, que me han vaciado. A mí y a otras personas a quienes no debía perjudicar. Y es que los mejores planes de los hombres y los ratones sirven de poco cuando todo se tuerce, por tu mano o por la fortuna.

Yo, que había encontrado el camino del cielo, yazgo ahora lacerado y derrotado en el fondo del infierno. Pero no me rindo. Hoy no me rindo. Y mañana tampoco.

Sé que la salida del infierno es dura, y está reservada a linaje de dioses, a quien Júpiter le fue propicio o a los de ardiente virtud. Pero no me rindo.

Tengo deudas que pagar. Deudas de honor, de confianza, de amor, de dolor. Tengo una misión que va más allá de mi propia persona, de mi propio bien. Tengo un compromiso conmigo mismo para con otros. No puedo fallar en este momento, pese a que me han traído aquí mis fallos a un alto precio. Sólo mis fallos.

Hacía tiempo que no estaba tan roto, tan vacío, tan desesperado. Hacía tiempo que no albergaba tanto dolor, tanta derrota, tanta decepción. Hacía tiempo que no gritaba a los cuatro vientos desde este blog, el último y único púlpito que tengo para gritar a los desconocidos lo que no puedo contar a amigos ni enemigos. Hacía tiempo que no sentía tanta soledad, dolor, miedo, pena y decepción.

También hacía tiempo que no descubría en mí tanta determinación, fuerza de voluntad, paciencia, oficio para luchar por lo que es correcto, amor por quien debes tenerlo, compromiso. Así que roto y malherido como nunca en tiempos, apretando los dientes, sigo mi camino. Sigo mi lucha. Sigo con mi deber, con mi esperanza recosida y maltrecha, con el firme compromiso de hacer lo correcto o morir en el intento.

Así que, amigos, no estoy nada bien. Realmente, estoy bastante mal, pero totalmente decidido a no ceder un metro, a reparar daños, a cerrar heridas y a resarcir ofensas que hice. Perdonad que este blog, previsiblemente, se calle un poco para dedicarse a otros menesteres más acuciantes y apremiantes. Me va la vida en ello, de verdad. Además, estoy en un muy mal momento, y no creo que deba consignarlo aquí, por respeto, por mi seguridad y la nuestra. Sólo espero que quede algo de poesía entre las ruinas, y rayos de sol para iluminarla. Aunque hoy, aquí y ahora, poco puede hacer la poesía por mí.

Esto no es una despedida y cierre. Es sólo una confesión, otra más; una conjura para salvar lo que más me importa en esta vida. Y no soy yo.