1 El hombre del traje gris

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«Yo era un tipo más bien solitario (Ismael Serrano)«

Bueno. No. En realidad no era un tipo solitario. Ni vestía de gris. Más bien era alegre, colorido y repleto de sueños y quimeras. Pese a todo el camino andado, pese a los titubeantes inicios y las personas equivocadas a mi lado, aguanté bien el tipo con bastantes sueños intactos como para llegar a la salida de la carrera, oír el disparo y echar a correr. Suponía que había una meta.

Lo que no tenía claro es que habías mil metas, mil caminos, y que había que elegir. Ahí empecé a descartar sueños, que no a olvidarlos. Sigo soñando, tal y como hice ayer por última vez, porque sigo soñando hasta con lo que renuncié.

Y sí. Era optimista, soñador, generoso, inocente, creativo, alegre. Hasta inteligente a veces. Guardemos este párrafo, porque lo pienso repetir en este soliloquio.

La cuestión es que todo salió bien. Todo. Por los caminos errados, o ásperos, pero ad astra per aspera. Todo salió bien, y costó su precio justo.

Su precio justo fue la madurez para Pater Pan, fue aprender a renunciar, que no se pueden tener todos los sueños, más que nada porque los sueños son eso: gasolina para el alma, para el camino que nos hace llegar un poco más y más lejos, hasta alcanzar el sitio.

Y una de las decisiones, posiblemente la correcta, fue alcanzar esa posición cómoda que garantiza el no pensar, el dejarse llevar un poco y tratar de descansar de este curriculum vitae, de esta carrera por la vida. Quizá ese fue el error, un error de concepto.

Porque esa posición cómoda no lo era tanto, y pasó a ser un continuo esfuerzo para mantener esa estabilidad, esa comodidad, esa masa pegajosa que se proclama mundo. A cambio de renunciar a cumplir sueños, que no a ellos. A cambio de pelear con muchos malos y muchos hijos de puta que la vida pone como piedras en el camino. Muchos menos, por cierto, que la gente buena que te ayuda y a la que no le das importancia. Y mucha gente insulsa, también. Mucha gente sin sombra y sin espejo que llenan las galerías de metro y los supermercados, a quienes les es ajena la música, la poesía y las puestas de sol.

Por lo que, en esa posición cómoda, desahogada, aburrida, poco a poco el tedio y la rutina fueron tomando las riendas. Y la música, la poesía y las puestas de solo pasaron a ser animales mitológicos que vivían en la imaginación y en corazones de seres que no estaban en mi vida, que había que buscar. Por eso, de alguna manera, se abrió una bitácora.

Una bitácora que era un brindis al sol, era una válvula de escape para mantener la ilusión, la poesía, la esperanza con dosis de melancolía. Una bitácora con un traje gris que escondía un arco iris, una persona alegre, optimista, repleta de sueños y poesía que aspiraba a algo de belleza en su vida, pero que sabía que no tenía que quejarse demasiado porque estaba demasiado bien. Simplemente era un espantapájaros con un traje gris que ahuyentaba miedos por la noche. Pero dentro seguía habiendo una persona (Ctrl-C Ctrl-V) «optimista, soñador, generoso, inocente, creativo, alegre. Hasta inteligente a veces. » al que le gustaba enfundarse un traje gris.

Quizá quienes lo conocieran sólo por sus escritos, por mis escritos, vieran mucho del traje gris que escondía, casi de manera literaria, la persona real que era, que soy.

Así que nos quedamos en este hombre enfundado con el traje gris. A ver qué le pasa ahora.