Y buscar tu mano en la noche
se convierte en la mejor aventura de mi vida
día tras día.
Porque encontrar tus dedos con los míos
significa varias cosas:
Que tu cuerpo descansa junto al mío.
Que mañana será mi primer paisaje.
Que tu calor será mi guía y mi pasaporte al nuevo día.
Que tus labios saben a chocolate y gominola.
Que la vida, por fin, tiene sentido.
Son tus dedos, tu mano, tu cintura.
Pero es tu risa, tu aliento, tu voz cálida en la mañana
dando los buenos días que te curan las heridas
y te concilian con el mundo feroz del otro lado de la ventana.
Porque son tus dedos,
pero eres tú,
que eres verdad, promesa, esperanza.
Eres agua y sol y tierra
y a la vez corres desnuda por el bosque
huyendo de mis besos y mis flechas.
Así que todas las noches busco tu mano.
No la encuentro tan a menudo
como quisiera pero,
los días que la encuentro,
los días que la coges,
te giras
y me susurras,
vuelves a pintar el universo con tu firma en una esquina,
pones nombre a las cosas, animales y sentimientos,
y haces que broten las flores entre las ruinas
para que yo pueda contemplarlas,
contemplarte.
Es tu mano pero, en realidad, eres tú.
Eras tú. Lo fuiste desde el principio,
cuando ni siquiera eras
y tu rostro tenía la dulzura de la desconocida
que me cruzo en la acera embozada en el abrigo.
Eras la ternura de la madre
arropando a su hijo,
el cariño del hermano,
la valentía del vencido.
Así que busco tu mano
todas las noches
sabiendo que
cuando la encuentro,
en realidad
estoy encontrando
la certeza
de un mañana mejor
a tu lado.
Siempre a tu lado.
Siempre de tu mano.