Llevo mucho tiempo en esto. Tengo oficio y heridas que cubren todo mi cuerpo de aquí a Estambul, y casi podría volver navegando sobre el río que dejan mis lágrimas. He cruzado puentes sobre el infierno, y he caminado de la nieve huyendo de Moscú. He vivido más derrotas que victorias, he conocido lo más abyecto y lo más sublime.
Con ese bagaje en las alforjas, ya no le tengo miedo al dolor. Soy capaz de aguantar en pie mientras todo se hunde a mi alrededor, sabiendo que me espera el final. Roto por dentro, sin esperanza, siguiendo las ordenanzas hasta el último final. Porque no hay otra.
Eso no significa que no sienta el dolor. Hoy la vida duele hasta extremos insospechados, y de nuevo se asoman los lobos a mi empalizada. Pero ya no. Nunca me he rendido, mucho menos ahora.
Vuelo. Vuelo sin motor, con agujeros en el costado, sin gasolina, destrozado de mil maneras, sin alas, a ras de suelo, y no me rindo. Porque rendirse no es una opción, porque el dolor ya no me da miedo, porque sé lo que hay detrás de tus brazos, porque no quiero morir a los pies de tus murallas. Porque soy hierro y determinación y voluntad de ti hasta quedarme sin vida.
La gente no sabe el terrible vacío de mi interior al que me asomo todos los días, el miedo que me amenaza cada vez que cierro los ojos, las tormentas que me azotan. No puedo hablar con nadie, contarle de todos mis monstruos y temores y dolores. Porque la vida aprieta por detrás y las urgencias nos pueden. Vivo sin fe, vivo la vida como una guerra, como el niño yuntero. Me destrozo cada día en vano intento de alcanzarte; me desangro, me agoto, me muero un poco cada día. Y sigo confiando en ti, sigo empuñando mi espada, sigo guardando la caja de Pandora con la esperanza en el fondo mientras las desgracias me rodean y me sacan la lengua.
La inefable tarea de levantarse todos los días y enfrentarse al mundo, reconstruir los puentes y las ciudades. Sin fe, sólo con oficio y tirando de manual para llegar a la noche, para poder marcar un día, para cuidar esa esperanza famélica y macilenta, por si un día florece.
Es muy duro vivir sin fe, sin nada en lo que creer salvo en uno mismo, que está siempre devaluado y en horas bajas. Pero hay que aguantar. Hay que vencer o morir, y al final siempre morimos. Rotos, vacíos, heridos, solos, tan solo nos queda ser leales a los nuestros, pelear por el amor y la justicia, olvidar las heridas y preterir el dolor, soñar contigo mientras las lágrimas ciegan la vista, aunque nunca la mirada. La mirada que te contempla desnuda sobre mi cama, que anhela un mañana a tu lado.
Hoy estoy roto por muchos motivos. La soledad, la pena y el dolor me habían acorralado y hoy el corazón y el alma han caído definitivamente, mientras la razón sale a tumba abierta a cerrar la brecha. Me he levantado para luchar. Me he levantado para llegar a ti, para pedir perdón, para rescatar tu cuerpo y tu alma. Me he levantado porque eres tú o nada, porque yo ya no importo, Porque los orcos a quienes perseguimos tomaron prisioneros a dos de mis amigos. En semejantes circunstancias el hombre que no tiene caballo irá a pie y no pedirá permiso para seguir el rastro. Ni contará las cabezas del enemigo salvo con la espada. Y porque ése el mi sino.
Hoy me rendiría a la desgracia. Hoy lloraría mi soledad y mi pena, hoy vomitaría el dolor hasta morirme mil veces. Hoy cruzaría al otro lado y me quedaría allí hasta que todo acabara. Hoy gritaría y acabaría con el mundo y huiría donde nadie supiera de mí. Hoy moriría de pena, soledad e impotencia.
Tengo cien motivos para acabar con mi vida, pero hoy no. Hoy estás tú.