Vuelvo de viaje de tierras lejanas, vuelvo de viaje cargado de recuerdos. Algunos los llevé yo, fruto de un pasado en blanco y negro, a fuerza de olvidar para seguir viviendo. Otros son nuevos, creados en ese viaje que ha estado repleto de momentos de paz, de revelaciones, de pensamientos en la oscuridad que lanzaban fogonazos de dolor, de placer, de felicidad, de lágrimas.
Pero hay otros que son recuerdos prestados: uno toma prestado Toledo, Sigüenza, cualquier ciudad del pasado de otra persona, y lo interioriza. De alguna manera, lo vive, o desearía haberlo vivido. De alguna manera comparte el miedo, el dolor, la esperanza o la felicidad de aquel que te cuenta su pasado, su historia. Su amor.
Este fin de semana ha habido paz, en aquellos momentos en que no pensaba, en que me dejaba llevar por el río de la vida, del vino y las rosas, del mundo en movimiento del que quiero bajarme, y para el que he comprado boletos. Aunque siempre llega la pena.
Hoy, recorriendo la carretera interminable que me volvía a éste mi pueblo, la pena ha comenzado a asaltar las murallas, enarbolando los recuerdos ajenos y esgrimiéndolos. Me ha hecho desear volver 20 años atrás y comenzar de cero, poder hacer esos recuerdos a mi medida, de alguna manera míos. Permitir que todas las caras y las casas y los arcenes dejaran de doler en el tiempo y formaran parte de mí. Que, de alguna manera, se me permitiera ser feliz.
Ser feliz. Es el único objetivo lícito del ser humano. Todo lo demás es apacentarse de viento, es buscar sucedáneos o acallar conciencias. Y algunas personas, a veces, anteponen el deber o el sacrificio a la propia felicidad. O quizás se equivocan, y creen que ése es el camino de la felicidad.
Y 20 años después, con el saco de recuerdos propios y prestados a la espalda, te das cuenta de que ahora quieres ser feliz. Tarde, pero quieres ser feliz. Pero todo ese pasado te tiene preso, todos esos recuerdos te dicen que hipotecaste tu felicidad y, ahora, hay que pagar esa maldita hipoteca.
En esta vida todo se reduce a ser feliz, a cobardía o valentía para hacerlo, a estar dispuesto a pagar el precio, y a aprender que, pese a llegar tarde, pese a todos los recuerdos y la pena, aún vale la pena intentar dormir con alguien que te haga feliz por las mañanas.