Hoy tengo varias certezas
rescatadas de entre las cenizas de mi vida.
Que mi vida no es vida si no te tengo.
Que los semáforos se ríen de los peatones.
Que el tiempo nos pierde a nosotros
y no nosotros a él.
Que tu rostro es el camino en el que quiero perderme
y tus brazos son consuelo y casa y sofá con manta.
Tengo que decirte que me quemé las manos
al buscarte en la ceniza,
como una flor entre las ruinas;
de buscar las razones
de no encontrarte en mi cama,
de que no te lleguen mis gritos, mis besos o mis caricias.
De que tu ausencia afile mis certezas
entre las cicatrices de mi alma.
Pero sigo teniendo certezas
de que eres,
de que existes,
de que sufres,
de que amas.
Tengo la certeza
de que tu risa abre las puertas del cielo.
Que entre tus piernas habita la esperanza
para cruzar el océano sin brújula ni razones.
Que la distancia es un tormento
para el calor de tus labios.
Y tengo más certezas:
Que estás lejos y casi te toco,
que me despierto todas las mañanas con tu aroma en el café,
que la vida muerde y, aun así, llenas los días
de vino, rosas e infinitos.
Que El Dorado está entre tus cabellos
que esconden el oro de tus ojos.
Sé
que este mundo insoportable
es soportable si estás tú;
que los lobos aúllan a la luna de tus pezones,
que todas las mañanas te levantas frente al mundo
con tu espada y tu escudo
y lo vences una vez
y otra vez
y llegas rendida a casa
tras hacer de ésta, de la mía, una vida mejor.
Porque hoy
tengo la certeza
de que el mundo,
de que mi mundo,
pese a los abogados,
pese a Putin,
pese a los bandidos,
pese a la mala suerte,
pese a la desgracia
es un lugar mejor
porque tú estás en él.