La vida no es justa.
A veces nos atropella. Nos da miedo. Nos asusta.
Las personas, a veces, tampoco somos justas.
Puede que haya personas malas, que causen dolor. Todos causamos dolor.
También hay personas buenas. Que curan. Y que, a veces, causan dolor.
No podemos controlar el futuro. Aunque quizá es importante no dejar que el futuro que nos controle. Suele ser más cruel incluso que las personas.
Lo único que nos resta es elegir qué hacer con el tiempo que se nos es dado. Con quien compartirlo.
A veces nos gusta curarnos las heridas solos. A veces necesitamos ayuda.
Hay días negros. Días grises. De vez en cuando, hay días luminosos.
Hay que aprovechar el sol. Y la lluvia. Aunque no podamos controlar el sol ni la lluvia ni los días grises ni negros.
A veces me gustaría zarandearte y despertarte y sacarte de ese mal sueño.
A veces no sé si vivo yo en un sueño o en una pesadilla. No sé si deben zarandearme a mí.
A veces me gustaría decir que todo va a ir bien y no equivocarme.
Somos una colección de errores y cicatrices. Causamos colecciones de errores y cicatrices.
Algunos llantos no tienen por qué ser malos. Otros pueden serlo. Y algunos dan miedo.
El miedo. El puto miedo, que lo corrompe todo. Que nos hunde en los abismos.
El miedo, la soledad, la pena. No hay manual de instrucciones para vivir.
Tengo una piedra filosofal de dos colores, azul y rojo, y no puedo dejar de mirarla.
Tengo una espada y un escudo para parar el mundo.
Tengo una pluma que es más poderosa que la espada.
A veces los silencios curan. A veces los silencios hieren. Siempre el miedo. La distancia. El tiempo.
A veces las palabras no se encuentran, no bastan, no son suficientes para poder seguir viviendo.
Para vivir.