Esta es la historia de una chica revolucionada
que me dijo que cumplía los años un 20 de agosto,
que tenía treinta y tantos.
Pero debo confesaros que nunca la creí.
Porque cuando me cogía la mano y corríamos por Madrid
se oían las risas de los niños saltando en los columpios;
olía a hiedra y madreselva,
sembraba las aceras con dibujos de tiza
y contaba con los dedos de las manos
las canciones que se inventaba.
Un día cogí su carnet de la biblioteca y confirmé mis sospechas:
cumplía los años cada 29 de febrero.
Quizá su cuerpo tuviera treinta y tantos, no lo dudo.
Pero
su
corazón
tenía
apenas
8
años.