Un relámpago de tranquilidad

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Acabo de experimentar una sensación extraña, que hace tiempo que no sentía, de la que no gozaba. Y me ha gustado.

Sigo quejándome del ruido de los días, que es especialmente intenso estos días de matrícula universitaria, estos estertores de julio. Y, además, hoy tengo una cena profesiopersonal. Así que he tenido que quedarme en el despacho de Valencia, en la soledad de una universidad desierta de quijotes y sanchos, con 6 horas que malgastar lentamente siguiendo las instrucciones de «El principito».

El ruido de los días, el trabajo pendiente, los amenazantes nubarrones del trabajo no me han dejado concentrarme, y me han mantenido en mi tónica general de caos y atractores con un póster de Lyapunov. Al final, casi por desesperación, me he puesto mi música favorita a buen volumen, me he sentado en un sofá con un refresco y he conseguido leer dos capítulos de sendos libros de ML y QML. En la tableta, subrayando y haciendo el esfuerzo de concentrarme.

Lo he conseguido. Y me he olvidado de las obligaciones, de la familia, de tener que responder a reuniones sociales, de la obligación de hacer deporte… sólo estaba yo, la música en la que no reparaba, la lectura. No había nada que hacer más que concentrarme en eso, en mí. Nada ni nadie me impedía despistarme. Hoy no había nada a lo que dedicarse, debido a una mezcla de la situación y de la decisión de apartar algunos marrones.

Me ha gustado. Por un buen rato he sido feliz, he estado satisfecho de lo que hacía. Y creo que era no por lo que hacía, sino por la certeza de que no existía, en ese momento, nada que me impidiera hacerlo ni nada que requiriese mi atención. No había, por unos momentos, preocupaciones ni elementos distorsionadores que requirieran mi atención, presencia o compañía.

Eso es lo que quiero. Alejar preocupaciones indeseadas, dedicarme a mí, no tener remordimientos por ser yo, por hacer lo que me gusta, por cuidarme un poco.