Dijo Neruda que «no es el amor quien muere, somos nosotros mismos». Y pese a ello nos esforzamos en vivir, que de alguna manera es no morirse, con la vana esperanza de que el amor siga con nosotros. Somos estúpidos enamorados que transitamos hacia estúpidos desenamorados.
Y parece que hoy estoy de citas, y creo recordar que Stendhal decía que, cuando amamos, proyectamos sobre la otra persona una serie de suposiciones y virtudes e idealizaciones que, cuando al final terminamos por conocer la realidad del otro, todo se desvanece y caemos en el desamor.
O quizá no se desvanece. Es que cambiamos: «nosotros, los de entonces, no somos los mismos». Y lo que antes era amor ahora es costumbre o tedio u odio o decepción, porque ninguno de los dos somos los mismos.
Soy mayor; de edad provecta dirían los clásicos. He amado y me han correspondido, he amado y no me han correspondido, me han amado y no he correspondido, y he amado hasta por correspondencia. A estas alturas, después de todo el daño que me han causado y de las heridas que yo he infligido, sólo busco paz. No amor. Paz. Aunque mejor si alguien me proporciona esa paz con su mirada, con su risa, con su compañía.
Reconozco que mis mejores amores son aquellos que no me correspondieron. Porque los guardo sin marchitarse siquiera, no llegaron nunca a morir y siempre podrán ser lo que yo suene. Los amores que sí tuve, por desgracia, acabaron generando el poso del tedio y la decepción, la sensación de estar perdiendo los trenes anclado en la estación.
Siempre he sido un cobarde para el amor. Y todos sabemos lo que pasa con los amores cobardes:
que no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar. La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes.
Soy cobarde. Cobarde para amarte y cobarde para romper con todo. Mientras tanto, aspiro en silencio a ser salvado, a mirar a alguien y sentir paz o agradecimiento; no esa ausencia de todo y ea culpa sin contrición posible de no amarte como debiera, quizá de no amarte en absoluto. Ese dolor de un mundo que se ha quedado pequeño, de una decepción que preterimos para no hacernos más daño, sabiendo que no queda nada, sabiendo que nadie tiene paz.
Esta historia no tiene moraleja. No ha acabado, entre otras cosas porque no ha empezado como yo quería. Tendrá segunda parte, y tercera, hasta donde el corazón me lleve, pero todas las ideas que he tenido durante mi hora de coche se han perdido y ahora, todo duele. Duelen conciertos, cenas, recuerdos y esas traiciones no consumadas que están por llegar. Duele todo.
Y pese a ello ahí sigo. manteniendo la palabra, el compromiso. Tirando de oficio y manual, cuando nada queda, cuando todo está perdido. Cuando yo estoy perdido y desahuciado por cobarde, por no huir contigo y tratar de ser feliz pese a mí mismo. Mi tiempo se acaba y no soy feliz.
Escribo mejor cuando estoy triste. Me gustaría escribir peor, o incluso no escribir.