Hubo un tiempo, supongo que cuando estaba enamorado o conservaba un resquicio de pasión, que mantenía la llama en esta bitácora siempre encendida, no recuerdo sí para orientar a navegantes o para que supieras que estaba en casa.
Ahora, que no te amo, ni a ti ni a nadie, y he empeñado la esperanza en el perista de la esquina, ahora mismo no mantengo ni este blog ni la espada que me defiende. Ni el aliento puedo mantener.
Decepcionado del mundo, rodeado de mediocres e imbéciles, buscando lumbre y candela para arrimarme, con las manos sucias de enterrar todos mis sueños, con el dedo en el gatillo y contando las balas: no hay suficientes para tanto malo.
Sigo tan cobarde, vendiendo la felicidad por cuatro principios que dejaron de tener sentido hace años; buscando rayos de sol, risas de divinas, esperanza de segunda mano y polvos mal pegados. Con esa idea incrustada en la conciencia que aúlla diciendo que todo está perdido. Con la resignación de quien acude al paredón o al matrimonio.
Te digo que me salves, pero ni de eso tengo ganas. Ni de que me salves ni de ti, y además no valgo la pena. Te pido, pues, que me convenzas de fugarme contigo, que me arrastres con los ojos vendados, que rebañes mi poca gasolina para dar ese último salto, para conseguir que todo tenga sentido gracias a ti.