Aprieta la vida un poquito. Por dentro. Sin que nadie lo vea, bajo la superficie todo se revuelve, todo duele.
El vacío que dejaste ya no por irte, sino por no venir. El silencio de tu sombra ausente, el tiempo perdido por no perderlo contigo; las montañas de esperanza arruinadas en dos giros de la historia ríspida de nuestro desencuentro.
Terrible deuda de esperanza en mi cuenta por la bajada de interés entre tú y yo: no debía de ser un buen tipo, o algo raro se cuece en las calderas del olvido.
Y cada vez menos arena en el arenero para subir esa cuesta arriba de la vida, menos ganas de encontrarte y ninguna de buscarte. Me refugio en el tedio, la rutina, la costumbre, el café.
Ya no escribo nada, si siquiera esto. Pese a ello, quizá algún día escriba nuestra inexistente historia, para ver si así, de una vez, vuelvo a tener ganas de buscarte con el último sueño que queda en mi caja de Pandora.
Puesto a decir amén, prefiero decirlo sin tilde.