Lo siento, amigos

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Lo siento amigos, pero llegaron los bárbaros.

Hace tiempo acamparon a las puertas de mi vida.
Veía sus tiendas, sus hogueras, sus caballos.
Yo, ajeno a los intrusos, conservaba intacta la esperanza de tu risa y de tu cama, de reír y llorar, de nuevos amaneceres y callados silencios.

Se acercaron los bárbaros, mi vida fue vaciándose ante la amenaza. Tú, un día, ya lejana desde varias lunas, terminaste de cortar amarras, partiste furtiva, clandestina, como si de un requiebro lanzado al girar una esquina se tratara.

Quedé solo en mi vida vacía, con los bárbaros a las puertas.

No sé cuándo entraron. Si fue de día o de noche, con la lluvia o con el viento.

Al pronto, un día dejé de poder entrar en las tomadas estancias de mi vida, y comencé a perder música y silencios, los prolijos sueños que conservaba de tu visita.

Luego fueron más estancias, menos días, fui replegándome hacia lo imprescindible, hacia el tedio y la costumbre y las bodegas, conservando únicamente lo que mantiene la respiración y la vista y el oído. Me pregunto si esto es vida: no oigo el corazón.

Hace tiempo que los bárbaros han tomado toda mi vida, toda la vida. Solo acudo a las cotidianas, periódicas brechas que sirven para desgastarme, para matarme lentamente. Hace tiempo que he muerto por dentro. Apenas si puedo mandaros cartas, amigos, porque los bárbaros han cortado todas mis venas y arterias, y no tengo sangre para escribiros, para lucharte, para soñar. Para pensar siquiera que puedo recuperar mi vida, o huir de esta vida vacía, ajada, tomada en casi toda su extensión y amargura, y crear una nueva donde los bárbaros tarden en llegar, donde pueda encontrarte, o al menos buscarte; o encontrar otra vida tomada y unir fuerzas para echar a esos bárbaros, levantar nuevas murallas, construir nuevas fuentes y jardines y puentes y torres.

Pero no me quedan fuerzas, ni sangre, ni esperanza, ni valor ni coraje para abandonar esta vida tomada, esta casa tomada, no puedo alejarme de estas ruinas acostumbradas, de ese humo de bárbaras hogueras, de ese tedio que me hace temer a esta vida que se me ha quedado pequeña, que no quepo más en ella, que no puedo salir ni dejar ni incluso matar. Que soy un cobarde que no puede abandonar esta cáscara en la que me he convertido.

Que me duele hasta el infinito que ya no me duelas, que ya haya dejado de buscarte, de esperarte y hasta de soñarte.

Ahora solo sueño, sólo sueño con bárbaros.