Tras una semana atacada, un fin de semana perdido entre la soledad, las películas y la oscuridad de mi casa, vuelvo el lunes a la sobada realidad, al habitual parte de bajas, a seguir caminando sin saber a dónde, sin desear nada ni nadie.
Y el lastre tira y tira: hipoteca, préstamos, hijos, trabajo… Y la vida se convierte en una rutina agridulce, monótona, dolorosa, de costumbre y vicio a partes iguales, de visitas al supermercado y obligaciones remachadas a sangre y fuego.
Te diría que vinieras y me salvaras, pero quizá lo que haga sea condenarte yo a esta vida que no es vida sino costumbre.