Ella, a mí,
me dejó una cicatriz
que cruza de norte a sur,
de arriba a abajo,
mi corazón.
A veces,
en las noches en que otras mujeres visitan mi cama,
la tocan,
la rozan quizá por accidente;
otras veces
es el morbo de ese costurón
que quiere contar su historia.
Y preguntan:
-«¿Duele?»
Y yo respondo:
-«Sí. Ella todavía duele.»
Ella, a mí,
me dejó una cicatriz.
Yo, a ella,
solo le dejé
un rasguño
que no guarda memoria
ni siquiera
en su piel.