He cambiado mucho. Creo, a estas alturas, que demasiado, y me está pasando una factura enorme.
Porque necesito tu dosis de locura, aquella que me hacía balancearme en el abismo todos los días, subir al coche para merendar en el fin del mundo, llamar a los despachos de los aburridos abogados y salir corriendo, comer en los tenderetes de la playa, desconocer cómo iba a amanecer nuestro mundo.
Quizá la ironía sea símbolo de inteligencia, pero tu locura era indicador de vida, de alegría. De miedo.
Del miedo que tuve a que todo fuera un sueño, un sueño de la razón que produjo monstruos en los armarios, en las esperas, en las escaleras de ascenso a tus infiernos.
Tuve miedo. Quizá será porque, pese a haber cambiado tanto, no he cambiado lo suficiente.