Porque acabamos haciendo tú y yo de todo aquello una celda, un cuartel, un campamento de reclutas. Porque no solo se acabó la pasión y se apagó el fuego y quedó humo que impedía ver y escocía en los ojos; no solo eso, también se instaló la complacencia, la comodidad, las vidas paralelas que nunca más se tocan, las vidas cerradas, con fundas en los muebles y fantasmas recorriendo los pasillos, con sueños abandonados (bailando tregua y bailando catala, pero debía bailar espera), con noches infinitas y breves anhelando otros ojos, otro aliento, otra promesa de otro mundo diferente.
Fue hastío, y monotonía y quizá egoísmo y aburrimiento, en lugar de un ‘no te vayas’, ‘tú verás’.
Y no podía vivir sabiendo lo que había al otro lado del espejo, todos y cada uno de mis días. Porque necesito guerra y paz, porque necesito querer volver a casa todos los días y meterme en tu cama, porque necesito huir de mí y del mosntruo que me persigue.