Miradas que no valen nada

en

Recuerdo la última mirada del adiós por la que aposté un penique. Obviamente lo perdí, porque no estoy a tu lado; aquella mirada no valía el tiempo que perdí, la esperanza que vertí en el pozo de tu memoria.
Pero no está el tiempo propicio para recordar agravios o universos posibles en los que tú y yo tenemos un asunto entre labios. Son tiempos urgentes, apretados, veloces y superficiales, con ruido de sables y de transportes de tropas hacia Verdún. Tiempos de resignación y de dientes apretados, de partes de guerra y novedades en los frentes, de generales con sus puros y cafés jugando al Risk sobre inmensos planos de lugares que no existen en casi ningún lado.
Así que no te quiero. Tampoco me quiero yo, pero eso ya no tiene remedio. Todavía sigo sin encontrar razones para cogerte de la mano y reírnos al unísono. Ya no encuentro vidas ni lugares que puedan acoger esta alma de alambre y escayola, este vacío tan grande que se sale por mis costuras. Tendremos que pasar por el taller de chapa, pintura y mecánica celeste en general.
Es este cansancio, esta lluvia seca que no cesa, que cala los huesos y la ropa y el alma, que empapa las lágrimas hasta hacerlas desaparecer. Por eso, debe de ser por eso, que no le encuentro sabor a tus labios, a mi vida o a las mariposas. Supongo que esto se cura con sexo y HBO a partes iguales, pero soy incapaz de olvidar heridas, agravios, salteadores de vida que han roto tres escaparates de mi calle; soy incapaz de recordar tu silueta ante el espejo, soy incapaz de olvidar que no tengo futuro para poder empezar a escribirlo contigo.