Últimamente me da demasiado por pensar en la muerte, cosas de esas que le pasan a otros que no somos nosotros. No sé si es miedo, hartazgo, cansancio, creo que algo no va bien. Esta aventura me ha llevado no demasiado lejos, pero sí a lugares dignos de cualquier Ítaca: pobre, plagada de lestrigones, cíclopes y demás seres de baja estofa y peor ralea. Cuatro años de paréntesis, dos kilómetros de paciencia, una vida detenida y mil sueños arrumbados para que pase este tren de mercancías inmenso, estridente, despiadado y casi maléfico.
Quizá fue el resultado de esta huida hacia adelante, cuando me negaste toda esperanza de un futuro distinto, puede que mejor. Eras una promesa que no valió nada.
Ahora es tarde, otra vez. Ahora no queda pasión, sino oficio; no queda suavidad sino acero que hiende carne y quiebra huesos. Ahora no quedas ni yo, sino páramos, yermos y polvo sin alma.
Vuelvo de nuevo a Madrid, a tus calles que cada vez significan menos porque yo me he ido vaciando, perdiendo el sentido y la fe y la esencia. Vuelvo a Madrid y no tengo ganas de ti, no tengo ganas de encontrarte en los bares de Malasaña, no tengo ganas de vivir esta vida ni ninguna otra en la que no estés.
No me quedas tú, no me quedo yo. No queda ya nada ni nadie.
alibus orabat dictis arasque tenebat,
cum sic orsa loqui vates: «sate sanguine divum,
Tros Anchisiade, facilis descensus Averno:
noctes atque dies patet atri ianua Ditis;
sed revocare gradum superasque evadere ad auras,
hoc opus, hic labor est.
Con tales palabras [Eneas] le imploraba y tocaba los altares,
cuando la sibila tomó la palabra, así: «Linaje de sangre de dioses,
troyano hijo de Anquises, fácil es la bajada al Averno:
noche y día permanece abierta la puerta de Dite;
pero hacer el camino de regreso y escapar a los aires de arriba,
eso cuesta trabajo, eso conlleva sufrimiento.»