Y así me viene a la cabeza el «Beatus ille», pero no.
Una tarde menos para añorarte, una tarde escuchando a los viejos amigos que me hacen sentirme un poco mejor sin ti, un poco peor sin verte ni saber de ti, sin escuchar tu risa o sentir tu respiración acezante en mi oído, en la penumbra de tu habitación.
Pero no; lo siento, me he perdido mucho, demasiado esta vez. Se abrieron las puertas del infierno y salté el primero, pensando que seguías a mi espalda.
Ahora soporto el asedio en soledad, y no deseo más que salir de esta si no vivo, entero; aunque me temo que ya es muy tarde para salir de ésta. Y tú sin aparecer, sin hacer ni decir nada que justifique mi salto al abismo. Aquel día, aquella vez pudiste haberme salvado, pudiste haberme condenado, pero no lo hiciste. Esa terrible certeza de que nunca ocurrirá, de que nunca me darás muerte ni vida, me ha ahogado del todo, me ha enterrado en tristeza y resignación, en dolor y llanto. Sin ti a mi lado, que es la canción que ahora suena.
Lo peor es esa total ausencia de esperanza de que esto cambie, de que todo vaya a mejor, de que algún día te encuentre y me sanes, no importa el orden en que ocurre. La palabra desahuciar en en su más oneroso significado.
La música me hace llorar, me sana, me hace recordarte, me refugio en el único lugar donde no puedes dolerme más.
Y entonces, un día, algo volverá a tropezar con el mundo y volverá a encajarse en sus goznes.
Feliz navidad para los hombres, mujeres y aliens con ganas de amar.