Sigue la lluvia. Me encantan los días grises, plomizos y lluviosos. Asomado a la ventana, con toda la música a flor de piel, erizada y afilada para que no me duerma en los laureles.
Estoy preparando una huida, no sé hasta dónde. Llevo tiempo pensando en desparecer una semana, escaparme a un refugio de montaña y pasarme allí 7 días sin ver ni hablar con nadie, sin luz ni agua, recuperando y saboreando todo lo que he perdido. Cansarme de estar solo, descubrir quién soy, quién era, porque ahora no soy yo; estoy desvaído, diluido, perdido en este marasmo que me ha eclipsado o me ha borrado; o mejor, que ha arrancado de mí lo que me hacía grande y sólo ha dejado lo que me mantiene dentro de esta maquinaria despiadada y cobarde.
Aunque también planeo una huida ordenada y civilizada: una gran ciudad extranjera, civilizada, anónima, Un lugar ordenado donde ocupe mi sitio y me limite a dejarme llevar, todo lo demás funcione y mi preocupación ya no sea sobrevivir. Quizá así logra descubrir quién soy ahora, después de este largo y áspero camino, malhadado y mezquino, que pronto llegará a su fin, y me dejará en medio de ninguna parte.
Porque tal vez, sólo tal vez, solo tal vez , si descubro quién soy yo, podré descubrir quién eras tú.
(lo ves, RAE, aquí hace falta la tilde)