Ahora que estoy metido en otra guerra que no es la mía, pero aun así la hice mía, me ha venido a la cabeza la idea del amor romántico.
Ahora, todas las defensoras de la mujer tratan de desmitificarlo y de quitarle importancia. Quizá tengan razón.
Quizá esté ahí mi error; en que sigo buscando ese calambre en el alma todos los días, sigo buscando algo que me descongele el corazón de tanto en tanto, me proteja de esta vida insulsa, monótona, que me está arrancando las plumas una a una, que me está agotando el alma y desfalleciendo el corazón.
A mí, que me encanta el caos, la creatividad, los tiempos interesantes en que cada amanecer es distinto al anterior y, pese a eso, voy buscando asideros, norays, amarres donde alojar mi confianza porque sé que esto se tiene que venir abajo, tarde o temprano.
Pero también mi problema es que encuentro personas sobre las que proyecto mis irrealidades, por encima de todo y de nada. Y me imagino esa vida tan bonita, sin problemas, sin pesares, perfecta, sin contacto con la realidad que todo lo tritura sin piedad ni conmiseración alguna.
Necesito huir, dedicarme a mí, necesito detrás de mí alguien tan complejo que me recoja cuando caiga pero que me deje volar siempre. Y que, además, yo quiera estar con esa persona.
Vamos, que no hay quien me aguante.