¿Quién te ha medido la cintura con el ancho de un abrazo?

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Ya no sé si necesito paz o guerra; si te necesito a ti o soy yo el culpable de mis derrotas, de mis desvaríos, de mis desvíos. No sé que ocurriría si te encontrara un día entre la gente y me pidieras un café, supongo que huiría como siempre lo hago. Demasiado peso en la mochila, demasiado responsable, demasiado cobarde para decirte a la cara dos verdades, tres requiebros y cuatro cosas que tú y yo, educadamente, no nos decimos, porque yo soy un caballero y tú una dama, y los dos estamos asquerosamente sobrios.