Soy un ser disruptivo. Sobre todo ahora, en mi nueva, pública vida, siembro la sorpresa y el desconcierto entre los dinosaurios que pacen y transitan por las sendas trilladas, en los pastos acostumbrados. Ya sea en público o en privado, en la iglesia o en el lupanar, trabajando o descansando, les pillo con el pie cambiado, a todos esos próceres y líderes mundiales que siguen aplicando los manidos, raídos, obsoletos manuales del pastoreo humano. Los llevo de calle, les cuesta adaptarse, aceptar que esto ha cambiado, que el mundo ha cambiado, que la sociedad ha cambiado, que esta sangría no la para nadie.
A veces me cuesta, sobre todo cuando todos me miran con ojos como platos, sin comprender que estoy a 1000 kilómetros, a dos eones de distancia. Me sale gratis, me sale del alma cambiar lo que me rodea.
Aunque también, a veces, los viejos métodos, la tradición, la sabiduría popular, los libros escritos hace 2000 años tienen la solución que buscamos a los problemas actuales. ¿Para qué cambiar lo que funciona?¿Por qué no cambiar lo que no funciona?¿Cómo distinguir algo en esta oscuridad?