Es lo que tiene huir hacia adelante: que la mayoría de las veces acabas muy lejos, y no necesariamente donde quieres estar. Que no suele estar mal, lo que nos hace grandes es el camino, y no el destino, toda esa historia de Ítaca y demás.
Pero desde la atalaya o la trinchera, nunca lo tengo claro, pesan demasiado ya los sueños que abandoné en esta huida, me arrastran al fondo las fotos que me recuerdan que no eres mía.
Estar en la brecha, en la palestra, en el candelero me ha embrutecido como ser emocional. Ahora sólo pienso en la supervivencia, sólo me quedan bajos instintos, placeres rápidos y chicas fast-food. No tengo tiempo para amar, para añorar, para olvidar y curar heridas.
No sé si alguien me salvará. Por un lado quiero esconderme contigo, pero saber más y más de ti me ha llevado a desconfiar de tus fotos, de tu risa y tu esperanza. No debí haberte acercado tanto a mi mundo.
Ahora me resigno a esa derrota emocional que me acompañará durante toda mi vida, y seguiré pensando que lo mejor hubiese sido no conocerte para poder seguir teniendo esperanza de encontrarte.