«- Me ha arruinado… se ha reído de mis pérdidas y burlado de mis ganancias, ha afrentado a mi nación, ha desalentado a mis amigos y azuzado a mis enemigos. ¿Y cuál es su motivo? Que soy judío. ¿El judío no tiene ojos? ¿El judío no tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No es alimentado con la misma comida y herido por las mismas armas, víctima de las mismas enfermedades y curado por los mismos medios, no tiene calor en verano y frío en invierno, como el cristiano? ¿Si lo pinchan, no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿Si nos envenenáis no morimos? ¿Si nos hacéis daño, no nos vengaremos?»
El Mercader de Venecia, William Shakespeare
Sigue arreciando la vida, cargada de facinerosos y egoístas dispuestos a quemar el mundo por salirse con la suya. La condición humana nos ha habituado, demasiado, a la maldad y a la iniquidad. Por eso, quizá, las buenas acciones son dignas de portadas de telediarios y periódicos, y las malas acciones tienen asignada hasta una sección entera.
Obviamente, uno tiene la voluntad de cambiar el mundo y de respetar a sus semejantes, pero no puede evitar que ciertos enemigos de la justicia y del sentido común traten, por los más arteros y deleznables medios, de acabar con mi misión. Quizá cegados por el brillo subjetivo de las riquezas y el poder. Tampoco a veces se puede poner la otra mejilla eternamente, así que nadie debe sorprenderse cuando las cosas no salen como uno esperaba, cuando alguien se posiciona, al frente, detrás o a un lado, muchas veces sin premeditación alguna: las situaciones y las personas, los malos a los que tanto aludo, empujan y uno debe tomar la iniciativa.
No es un buen día, no es una buena semana y no tiene visos de acabar. Pero he prometido cambiar. Quizá eso sea aprender.
En todo. Incluso contigo, que tan lejos me has llevado sin ser nada ni nadie. Quizá te llamas Ítaca.
Igual un día me dan un beso de esos…