Como suele ser normal, pago el precio de mi impulsividad, y nunca aprendo de las veces que digo entre dientes: «Ésta es la última». Porque nunca es la última, nunca sé decir que no.
No obstante, sigo en mi huida hacia adelante, pero creo que el camino está errado. Renegaba de mi situación, pero creo que mi problema es que nunca estoy contento con nada, como decía «El principito».
Ahora añoro paz, cobijo, refugio. Empezar de cero, a ver si tomo un camino menos áspero a las estrellas. Necesito salvación, algo que me salve. Por eso intento colgarme de ti, y no lees los mensajes de socorro que se amontonan en tu bandeja de entrada. En estos momentos me he deslizado por la pirámide de Maslow y trato de encontrar en qué nivel me hallo. Subjetivamente no me parece el adecuado.
Por eso, si me domesticas, si consigo paz para recuperar el brillo en los ojos, si consigo dejar atrás las pesadillas nocturnas y diurnas, si consigo volver a tener esto bajo control, quizá vuelva a ser el que era.
Y, entonces, empieza a correr, porque va a ser una bomba. Simplemente necesito que me reprogrames un poco para que no salten muchas chispas y me das dos semanas. Te voy a poner en órbita.
Pero para eso, necesito tu risa, mi música, tu cama, mi lujuria, tus tetas, mis libros, tu tiempo, mis heridas, tus labios, tu Tintín, mi Haddock… Pero también tu casa, tu silencio, tu tiempo, tu esperanza, tus palabras, tu maldita dulzura, tu todo lo que no tengo y tanto añoro. Para dejar de ser Gandalf el Gris y pasar a ser Gandalf el Blanco.