Filosofar

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Cuando uno tiene un rato a solas, que cada vez son menos y siempre lo estropean los malos, le da por pensar en esas cosas que el día a día saca de los focos y relega a bambalinas. Hasta hace un tiempo, mi refugio era la hora y media de coche, en la soledad de la carretera. Ahí escribía mis mejores entradas y mis mejores poesías, entradas y poesías que luego olvidaba y nunca lograba poner aquí. También esa zona muerta, indefinida, entre el sueño y la vigilia, cuando las conexiones neuronales restallan y crean de nuevo el mundo, realzan o difuminan lo que la verdad esconde.

Ahora, el tráfago y el ruido también han tomado ese espacio-tiempo, y el despacho de la universidad me brinda, algunas veces, algunos minutos. Pocos, cada vez menos, porque hay hordas de indios que cercan las diligencias y los pasos, y hay que vigilar el fuerte todos los días, a todas horas.

Aún así, le doy vueltas a todo. Sobre todo a haber llegado a donde he llegado. No estoy hablando de éxito o fracaso, estoy hablando de distancia, de retos. De haber conseguido lo que me he propuesto, aunque luego me arrepintiera de tomar esta o aquella playa. De todo lo que tengo, lo que soy, lo que me ha hecho ser yo, y de lo que ahora reniego.

Reniego porque siempre he sido un soñador, un aventurero. Una mente curiosa que no quiere quedarse nunca en ningún sitio, que hay que explorar y moverse y tocar botones y entrar en cuevas y buscar amaneceres. Siempre, si es posible, sin perder el control, para apuntarlo en la libreta de laboratorio. En entorno controlado y reproducible. La aventura con método científico, subirse a hombros de gigantes.

Ahora estoy cansado. Aunque llevo cansado desde siempre, desde que empecé esta bitácora. Y la nave va. Pero quiero ser algo más egoísta, volver a ponerme en marcha y emprender de nuevo otra aventura.