Sigo en Valencia. Sin la tranquilidad que necesito, pero por lo menos esto comienza a ser un punto de estabilidad. Quizá sea el bajar en soledad, esas dos horas en las cuales puedo pensar, ordenar mi cabeza, meditar.
Ahora en la disyuntiva. De nuevo en la encrucijada siguiente del jardín de los senderos que se bifurcan. Poder, querer, son dos verbos que separan fronteras muy difusas. Ahora mismo no sé si tengo ganas de querer. Cosas que pasan. Algo más animado.
Barrer esta sentina, este lupanar, este báratro o infierno, requiere voluntad y ganas. Y ahora no me quedan ganas de casi nada. Me quedan montañas de decepción horadadas por la carcoma de la ira. Tierras yermas donde ya no crece ni el amor por quien me rodea, ni por mí. Donde me asaltan los bandidos en cada recodo del camino, aun en campo abierto. Me faltas tú sobre la cama, pero también me faltan las ganas de tenerte.
Puedo luchar, puedo vencer. Pero, ahora mismo, no quiero. No te quiero ni a ti.
Lo importante no es lo que lanzas. Es el lanzamiento en sí»