Ayer te encontré, y no te conozco.
Encontré tus pezones
cuando seguí el rastro de hormigas
que llevaba de mi cicatriz a tu pelo.
Te vi y te encontré,
te seguí por el camino de baldosas amarillas.
No sé si nos presentaron,
si ellas hablaban de ti o de otra,
pero anduve buscándote en noches como ésta.
Al encontrarte
vino a mi mente las palabras de Luis:
«Bailar con esa chica es peligroso«.
Porque tú eres una mujer para hombres valientes
o espantapájaros sin corazón.
Y yo
que siempre fui
un león sin valor,
un hombre sin el coraje para decirle a una mujer
que buscaba el hueco de sus besos y sus brazos,
yo
que por miedo a matar
moría por cada rostro que me decía algo con su mirada,
yo
nunca te llamé,
nunca dije que te amaba,
nunca dije que quería tu vida
y tu pelo y tu risa
y tus libros y tu sofá.
Cosas que nos pasan a los cobardes.
Porque eras lo que quería
tuve miedo de no estar a tu altura.
Porque eras lo que quería tuve miedo.
Ahora tengo pesadillas,
con las noches pobladas de lágrimas desconsoladas
como nunca he llorado
(y las ganas de llorar
no se van con la aurora de rosáceos dedos).
De malvados y malvadas
que me esconden la paz,
pesadillas
donde añoro
ecuaciones y café,
de no sentir ya
que aún queda esperanza
de dormir a tu lado.