Con ganas de quererte.
Pero no me salen,
o no las tengo,
o se ha gastado
la piedra de mi mechero
y mis chispas
no relumbran como antes.
Hago lo imposible por quererte:
leo libros, oigo a los clásicos,
remuevo los escombros de mi vida
a ver si encuentro tus señas
o tus cartas
o tus bragas.
Pero nada.
Nunca te encuentro.
Y hago lo imposible, créeme,
hago lo imposible por buscarte.
A estas alturas
no sé quién eres,
cuál es tu rostro
o tus manos
o tu risa.
Cansado de buscarlas,
cansado de ver pasar a mi lado
mariposas imposibles,
corazones de cartón,
ídolos de barro
y mujeres de pacotilla,
empiezo a perder la esperanza
de encontrarte,
de saber quién eres,
de tanto que te escondes
entre rostros cotidianos.
Pero quizá estás ahí
y no te veo.
Quizás.
Empiezo a barajar la posibilidad
de que haya cambiado,
de que no oyera tu no
tan cristalino,
que yo me haya ido de este mundo
y te busque en vano, en donde no estás.
Que no te das cuenta
de que necesito salvación,
consuelo, carena.
Necesito paz
para que broten las palabras.
Necesito tu espalda
y tu voz
y tu pelo
para poder dormir
sin la pistola bajo la almohada.
¿Y si nos vamos
con la botella de whisky y la música a otra parte
y contamos al tacto las cicatrices,
leemos a ciegas las líneas de las manos?