Escuchando a Fito en plan acústico, tengo debilidad por la gente que con una guitarra y su voz, con sólo su voz te acaricia el corazón, te permite cerrar los ojos y soñar con tu cuerpo y tu calor. Pero hoy no es día de mojar la pólvora, hay lujos que no están a mi alcance, al menos en unos cuantos años. Uno es dueño de lo que calla y siervo de lo que dice.
Mañana parto a Bruselas. Como de costumbre, cuando se acercan las partidas, nunca me apetece lo desconocido. No hay nada más peligroso que un camino, que no sabes dónde te puede arrastrar.
Recuerdo mi primer viaje, inolvidable, a Bruselas. Ahora, en esta guerra fría que se ha enseñoreado de de mi vida, no gozo de lo que tengo por ansia de lo que espero. Pero el índice de hijos de puta por metro cúbico ha subido peligrosamente en mi entorno, pese a los desesperados intentos de mis pocos amigos in partibus infidelium, de los pocos en los que puedo confiar, mientras en base mis compañeros me echan de menos y defienden el fuerte. Sin mí.
Me sigue faltando amarradero, cala donde resguardarme hasta que pase la galerna, el hueco de tus brazos, la paz por las mañanas y olvido, lenitiva amnesia por las noches. Me sigue faltando que alguien me salve, un alien divino para seguir, continuar luchando en la vida. Alguien que me haga un traje a medida para envolver mi ajada, lacia, marchita, vetusta alma. No da para más.
Ahora no sé si necesito redención. La avería no me deja continuar. No sé cómo convencerte. Siempre quiero verte. Porque cuando entras iluminas toda la estancia, y no te das cuenta. Siempre en el lado equivocado, llegando a ti por caminos errados.