Hoy me he enterado de que Teresa murió, ni siquiera sé cuándo.
Todos debemos lo que somos a un cúmulo de personas. Hay algunas más importantes, otras quizá nos demos menos cuenta de lo que significaron. Y una de las más importantes de mi vida, de las que más me marcó en mi adolescencia, fue Teresa Sánchez Roig, mi profesora de matemáticas durante esos 4 años. Excelente profesora, mejor persona, de alguna manera algo maduré junto a ella y un grupo de profesores, insuperables como personas, que hicieron de mí y de mis compañeros lo que somos. De alguna manera. Si hay una época de mi vida en la que todo iba a ser posible, en la que fui alguien, en la que me comía el mundo, fue en el instituto. Y aprendí mucho de Teresa, muchísimo, no sólo matemáticas. Empecé a descubrir que la vida la hacen las personas, sobre todo las buenas.
Todos acabaremos muriendo. Todos acabaremos dejando este mundo y cediendo a la entropía. Todos dejaremos atrás a quien queremos; uno no deja de pensar en sus hijos y en las personas de quien se siente responsable: ¿qué será de ellos?, ¿serán felices, les irá todo bien? Todos nos iremos, y dejaremos los sueños sin cumplir para que el viento los desguace sin que nadie lo sepa; quizá todo esto sea la fuente de mi melancolía: saber que el tiempo se acaba, la responsabilidad pesa y no puedo fugarme contigo a ver amanecer. Y dejaremos de ser y con nosotros los sueños dejarán de ser sueños, y no me resigno a no verte en mi cama y dedicarme a vivir un poco para mí, y no para los demás.
Gracias, Teresa. Al final no lo hicimos tan mal. Tú lo hiciste fetén. Va por ti.