No tenéis ni puta idea

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Esta entrada está cargada de rabia, porque a veces a uno no le queda sino rebelarse contra la estulticia y la necedad, por mucha conjura que haya.

Va algo en la línea de «Permitidme tutearos, imbéciles«, con la cual comparte odio, bilis, rencor, rabia y esa lucidez que le da a uno la certeza de que este país no tiene solución razonable alguna.

He comido pan de muchos hornos. He volado muchas cumbres y perseguido mil corazones. He leído todo aquello que ha caído en mis manos, de Luciano a Marías, de Homero a Machado. He buscado en los libros subirme a hombros de gigantes, he escuchado a quien nada tenía que decir, he visto discutir a locos y cuerdos sin poder distinguirlos, he visto lo más sublime y lo más abyecto. Todos los días trato de aprender algo para compensar lo que olvido, y trato de esconderme algún sueño en el dobladillo de los pantalones para que no me lo pille la policía del Pensamiento.

Aprendí que lo que no se gana no se aprende, que lo fácil no rinde intereses. Que uno debe plantearse que siempre puede estarse equivocado, que la razón no tiene dueño y que cualquier palabra, hasta las no dichas, pueden significar más de lo que esconden.

Por eso desconfío de aquellos que están tan seguros de sí mismos que no escuchan, de quienes ondean banderas e ideologías pret-a-porter sin aprenderlas en su vida. Del plus en el salón (te quiero, Ana

Maldigo a los sabios y a los justos que no tienen ni puta idea. No hay comida gratis, y aún no os habéis dado cuenta.