La entrada de hoy era ésta: he estado buscando un motivo, pidiendo un sólo motivo que justifique esta mala noche en esta mala posada y, entre mil, ni uno hallé. Así que sobran los motivos para embarcarse y, por contra, faltan para quedarse a seguir ejerciendo de Sísifo. Y sobre eso iba a ir hoy mi entrada, en un día trepidante que no deja espacio para el desconsuelo y jalonado de señales de alguna manera aciagas, agoreras.
Me gustaría decir que aún hay margen para la esperanza, pero no lo hay. Sólo queda algo de saldo, vergüenza torera y un par de apuestas que me resisto a perder así, sin dar batalla. Aunque, como hoy, un destello de luz, un chispazo de alegría convierta la noche en día por momentos.
De vez en cuando me gusta leer «El señor de los Anillos». Se lo debo a Mar, que me lo descubrió cuando yo empezaba a creer en mí y Madrid seguía siendo una tierra mitológica poblada de bellas princesas y cuartetos de caballos blancos y pócimas milagrosas. La épica. Cada vez que las horas bajas rompían contra mis murallas me recluía en mis aposentos a leer y nutrir mi mochila de aliento, de coraje, aferrándome a las frases lapidarias que apuntalaban los cimientos de mi esperanza. Así que hoy no sé si decir que uno encuentra ayuda donde menos se lo espera. O consuelo o aliento. Y lo que era un día gris se tachona con ese estallido de luz que te deja los ojos recordando las chiribitas mientras caminas en la oscuridad. Quizá ahora hay mil y un motivos, quién sabe de qué lado caerán los dados.
Gracias.