Desconfía de las cartas agoreras que inundan los buzones,
de los partes de guerra que anuncian la conquista de tus caderas por las tropas enemigas,
de los días fáciles que encierran caramelos con cianuro y fresa.
Desoye los cantos de sirena de los necios
que te arrastran sin dudarlo hasta el infierno,
que es una oficina sin tu risa y sin tu boca,
que es un pasadizo repleto de escaleras.
Defiendo, sin dudarlo, las razones
que llevan a tu escote y a tus labios;
me rindo ante el acoso que me brindas cuando pasas a mi lado
sin mirarme.
No soy un desertor de tus rincones,
soy sólo un bebedor que cierra bares,
un francotirador que dispara de oído,
un loco que pensaba que me amabas.
Quizá lo del amor
sea un engaño que nos mandan los dioses envidiosos,
una ecuación irresoluble en los términos planteados,
una escuela para corazones lisiados.
Prefiero caminar sin tu recuerdo,
llegar cuan lejos pueda sin tu risa,
sin tu cara,
sin tu espalda.
Sentir el tibio sol de la esperanza
que ofrece el saber que nada espero.
La historia se me ríe en la cara como siempre,
y yo sigo caminando,
sigo huyendo,
sigo estando
a dos metros de tu cuerpo.